MITOLOGÍA VENEZOLANA: PARTE II
La caza
Nuestros indígenas se iban de caza/casa (términos intercambiables) para buscar comida. Este trabajo era muy agotador y peligroso, era casi un deporte extremo. La actividad podría hacerse de día o de noche, sin embargo era más común que estos salieran de noche cuando las presas salían de sus refugios para comer y pasarla bien.
Se fijaba una hora para reunirse, discutir y preparar las estrategias para la caza. A pesar de fijar una hora, estos individuos llegaban muy tarde pues no se había inventado el reloj. Se podían guiar por la posición del sol y de los astros pero la excusa en esa época remota era que estaba nublado y se me hizo tarde.
La táctica: nuestros indígenas eran muy astutos. Se agrupaban en las churuatas de las tribus “Bares” antes de ir de caza para realizar un ritual que les aportara suerte. Solían beber jugo de caña fermentado pues se creía que este jugo era el sudor del Cacique Supremo, bebida que les ayudaría a tener éxito en la caza, pues estaban más desinhibidos y se sentían con más confianza para realizar dicha actividad.
Una vez con la bendición del Cacique, nuestros antepasados salían de noche por la misteriosa y extensa selva que en aquella época era muy tupida, se acercaban minuciosamente a la presa, incitándola a venir a ellos con cantos y poemas recitados en lenguas ancestrales y sagradas otorgadas por los dioses a través del jugo de caña fermentado. Nadie entendía lo que decían pues nadie tiene registro escrito de tan antiguas lenguas. Algunos cazadores usaban la bebida sagrada como una trampa para que sus presas bebieran de ella y así poder despojarlas de su sentido de alerta.
Los indígenas trepaban hasta las ramas de los árboles y todos juntos silbaban y recitaban estos conjuros sagrados a las presas que pasaban debajo de ellos. Según un buen amigo mío que es antropólogo de la cultura precolombina venezolana pero que ahora trabaja alquilando teléfonos en la universidad, me explica que con estas frases nuestros indígenas trataban de convencer a sus presas de dejarse “matar”. Según una exhaustiva investigación de 5 minutos en Google, pude recoger algunas de las frases que usaban nuestros indígenas en el ritual de la caza: “¡Qué hermosa criatura de la naturaleza, te prefiero al natural sin pantaletas!”; “¡qué carne tan preciosa, se ve deliciosa!”; “¡flaca, regálame un hueso para hacerme un llavero!” (Esto es en serio, de verdad se hacían un llavero con los huesos) y las más famosa de las frases: “¡Quién fuera oso hormiguero para meter la trompa en tu bachaquera!”, entre otros poemas.
Según los historiadores los poemas en ese idioma sagrado daban resultado. Frecuentemente las presas caían rendidas ante ellos listas para ser devoradas diciendo (la leyenda dice que las presas hablaban, pero todo el mundo sabe que las presas no hablan) “Wenni-em-zé ñame tuk-bará” que significaba algo como “¡Cómeme enterita!”. Los cazadores que tenían éxito en la caza se podían llevar a su presa a un lugar en el que la podían mata y condimentar para comérsela (recuerden que las presas se capturaban con vida). Estos sitios luego fueron llamados “Mataderos” por sus usuarios.
No todos los hombres que salían de caza (casa) tenían suerte. Estos ‘perdedores’ (llamados “Achantis”) se iban la churuata de castigo (que generalmente eran sus propias casas) para pagar penitencia por no haber estado a la altura de sus compañeros. Esta penitencia era un castigo cruel y que exprimía a los castigados. El indígena tenía que tumbarse en el suelo frío de la noche e imaginase la comida, la presa más suculenta y deliciosas y sin poder comer nada, tenían que tomar con una mano, un diente de piraña, una concha marina y una piedrecilla y menearlas como dados hasta quedar exhaustos. Otros indígenas sin embargo, para escapar de tal castigo se iban a las churuatas llamadas “Churuata Penare” y escogían a una presa ya cazada/casada de su preferencia y se las comían tranquilitos sin que nadie los viera. Por su puesto que este servicio era sumamente costoso y el alquiler de la churuata era por hora.
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